MAESTRANZA DE NOCHE
Fierro
negro que duerme, fierro negro que gime
por cada poro un grito de desconsolación.
Las
cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.
Aves
de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?
Y
el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.
Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.
En
las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en la bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.
Y
entre la noche negra –desesperados- corren
y sollozan la almas de los obreros muertos.
Pablo Neruda
"Cruza
el tren la estéril puna
que ya la noche amortaja,
y la lluvia lenta baja
con tristísimo rumor".
Cesar Vallejo
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EL TREN DE LOS HERIDOS
Silencio
que naufraga en el silencio.
De las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
Silencio.
Abre caminos de algodón profundo.
Amordaza las ruedas, los relojes,
Detén la voz del mar, de la paloma:
Emociona la noche de los sueños.
Silencio.
El tren lluvioso de la sangre suelta,
El frágil tren de los que se desangran,
El silencioso, el doloroso, el pálido,
El tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
La palidez reviste las cabezas,
El ¡ay! la voz, el corazón, la tierra,
El corazón de los que malhirieron.
Silencio.
Van derramando piernas, brazos, ojos,
Van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
Otra vía láctea de estelares miembros.
Silencio.
Ronco tren desmayado, envejecido:
Agoniza el carbón, suspira el humo
Y maternal la máquina suspira,
Avanza con un largo desaliento.
Silencio.
Detenerse quisiera bajo un túnel
La larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
Si no es el hospital, si no es el pecho.
Silencio.
Para vivir, con un pedazo basta:
En un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo sólo, un trozo sólo de ala
Alza el vuelo total de todo un cuerpo.
Silencio.
Detened ese tren agonizante
Que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
Y enarena los cascos y el aliento.
Miguel
Hernández
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